En la tarde soleada y silenciosa

donde vive y duerme el pueblo y la fatiga

la naturaleza, acaso exuberante,

insomne suplica.

 

El río, que su flujo veloz arrastra

la corriente de agua oscura, deposita

su maná día y noche al campo y a la huerta

en quienes se abriga.

 

Mas, desviado su cauce por insensata

mano, cuando su caudal aguado achica

por ocio desangrado, atrás queda el campo

y la huerta ya herida.

 

Penosa espera es el tiempo para el árbol

con sentencia del aspa marcada encima,

y tras uno, otro, se lamenta el labriego

que ya poco grita.

 

¡Qué inocentes son el monte y su espesura!

¡Qué agresivo el motor y el hacha homicida!

Lacayos que cercenan pinos y robles

y la ingenua encina.

 

La vida corre y vuela por los caminos

o se arrastra invisible, en suave armonía

con las luces y las sombras que se mueven

por la campesina

libertad. Pero la muerte le acompaña

de camisa y pantalón verde vestida;

indefenso el bosque, exprime su alma y llora

lo que significa.

 

Son los árboles hermanos de los ríos

donde beben y la tierra que enraízan,

del viento y sol amigos; mudos sin queja

ardiendo en la pira.

 

Y cuando manchado el monte por el negro

carbón, su arbolado trueca ya en cenizas,

apagado el infortunio, allí de nuevo

renace la vida.

 

Maleza, vegetales, arbustos, fauna,

plantas y árboles que los ojos perfilan

este es el bosque que, con luces y sombras,

el hombre camina.

3 agosto, 2018

El Bosque

En la tarde soleada y silenciosa donde vive y duerme el pueblo y la fatiga la naturaleza, acaso exuberante, insomne suplica.   El río, que su […]