Érase un huerto verde y arbolado
de plantas con la flor acampanada,
rododendros,
mi padre en su vejez ya, muy agachado,
regando en la tierra seca y cuarteada
los almendros.
Manantial de agua poco caudalosa,
su amigo en la tarea dura del corto
regadío,
una mirada limpia y cariñosa,
solitario el trabajo, tan absorto
en estío.
La tierra cultivada con sus manos,
piel ajada, de estrías y de grietas
y de herida.
Pastor de las semillas y los granos,
honradez y familia fueron metas
de su vida.
Existencia gastada en su trabajo,
crepúsculos con sol bajo el dintel
de su puerta.
Duros años de vida cuesta abajo
entre suspiros y agua a su clavel
en la huerta.
Y un día quedó el fruto en la higuera
y la tierra lloró maleza a falta
de hortelano,
la muerte cierta vino en su carrera
y sereno bajó su cabeza alta
aún temprano.